La comunidad dentro del contexto del COVID-19 es sumamente relevante. Aunque hubo un período de tiempo en que se pedía que las personas se distanciaran socialmente entre sí, pensemos un momento: esa decisión requiere del cumplimiento de las personas de la comunidad. Y por ello, aunque lo que se tuvo que hacer fue algo que intuitivamente uno podría pensar que disuelve el sentimiento de comunidad, lo cierto es que si esta decisión no se toma con un profundo sentido de preservar y cuidar la salud de la comunidad, se corre el riesgo de que las personas sigan con su día a día, poniendo en riesgo la salud de todos.
Fuera del contexto del COVID-19, la comunidad es sumamente importante porque permite ejecutar funciones sociales que son absolutamente fundamentales como lo son la enseñanza de la civilidad, la interacción de sus miembros y la comunicación de cuestiones de actualidad. Y en este caso, la comunicación fue y es de vital importancia en momentos en que la pandemia amenazaba con la salud y vida de las personas, ya que se requiere que los ciudadanos estén al tanto de las últimas medidas para contener el virus.
Comunidades hay de distintos tipos, y hay que considerar las diferencias. Una de las diferencias que hay que tomar en cuenta siempre es que hay comunidades que tienen mayores recursos económicos, y las que están conformadas en su mayoría por familias que están por debajo de la línea de la pobreza.
Como las personas no eligen la comunidad en la que nacen y de la cual serán parte por largos períodos de sus vidas, se parte de la base de que hay algunas políticas sociales que ayudan a reducir esas brechas. Apoyo en los primeros años de vida de los niños, programas de atención nutricional o mejoras en la calidad del entorno de trabajo son algunas de estas políticas que podemos considerar como esenciales.
Las desigualdades entre comunidades pueden ser a escalas más grandes. Por ejemplo, el COVID-19 ha puesto sobre la mesa la desigualdad que hay entre países enteros en cuanto al acceso a las vacunas. Mientras que en algunos países la apertura económica y social es cada vez mayor, en Latinoamérica se pueden ver constantes brotes y rebrotes del coronavirus. Esto puede generar en la población una especie de ansiedad que bien harían los gobiernos y estados en atender. Por ello es importante siempre intentar reducir las brechas entre las comunidades, incluso entre los países. Cuando aparece una situación como la del COVID-19, se corre el riesgo de que esas brechas aumenten con respecto al punto de partida.
Para proteger a las comunidades, será entonces necesario cuidar de la salud mental. Como ya se mencionó, no ver una luz al final del túnel luego de tanto tiempo de medidas preventivas puede generar problemas a nivel mental.
No importa a qué sociedad se pertenezca, ya sea a una en donde el acceso a vacunas ha sido mayor o una donde no se ha podido tener acceso a ellas, lo cierto es que la salud mental ha sido afectada en gran parte de las poblaciones. En Venezuela, de acuerdo a la encuesta a los hogares que realizó el Observatorio Venezolano de Seguridad Alimentaria y Nutrición, 48% de las personas sienten más depresión de la habitual, 32% duerme peor de lo habitual y dos tercios de los encuestados sienten mayor ansiedad de la habitual desde que empezó la cuarentena.
Efectivamente, las medidas de prevención del COVID-19 se adoptaron a nivel de comunidad. Pero una cosa es haber tomado esta decisión en comunidad, y otra muy distinta es sentir la cercanía de esa comunidad. Esta última es una necesidad muy real de los humanos, que somos seres sociales y necesitamos interactuar en un grupo.
Al fin y al cabo, el COVID-19 trajo una situación que obligó a tomar medidas de prevención, que a su vez tuvieron consecuencias sobre las comunidades. Una economía dañada, menos ingresos o pérdida de trabajo, y personas en soledad. Todo ello pone mucha presión sobre la salud mental de una persona, y los gobiernos deben tomarlo en cuenta.